miércoles, 2 de abril de 2014

VII LEY DEL TROGO-AUTOEGOCRATICO



VII
LEY DEL TROGO-AUTOEGOCRATICO

En nombre de la verdad debo decir que existe una gran ley, que se podría denominar así: Ley del Trogo­ Autoegocrático Cósmico Común. Tal ley tiene dos factores básicos fundamentales: tragar y ser tragado. Recíproca alimentación de todos los organismos. In­cuestionablemente, el pez más grande siempre se tragará al más chico, y en las selvas profundas el más débil sucumbirá ante el más fuerte; es ley de la vida.
Por muy vegetarianos que fuéramos, en la negra sepultura nuestro cuerpo sería devorado por los gusa­nos, y así se cumple la ley del Eterno Trogo-.Autoe­gocrático Cósmico Común.
Indiscutiblemente, todos los organismos viven de todos los organismos. Si descendemos al interior de la tierra, por ejemplo, descubriremos un metal que sirve de gravitación para las fuerzas evolutivas e in­volutivas de la naturaleza, quiero referirme en forma enfática al cobre (Cu). Si aplicáramos el factor posi­tivo de la electricidad a dicho metal, por ejemplo, podríamos evidenciar con el sexto sentido procesos evolutivos maravillosos, en las moléculas, en los átomos; mas si aplicáramos la fuerza negativa, veríamos lo inverso, procesos involutivos muy semejantes a los de la humanidad decadente de nuestros tiempos. La fuerza neutra mantendría, pues, al metal en un esta­do estático o neutro.
Obviamente, la radiación del cobre también es transmitida a otros metales que se encuentran en el interior de la tierra y viceversa; las emanaciones de aquellos son recibidas por el cobre y así los metales, en el interior de la tierra, se alimentan recíproca­mente, he ahí la ley del Eterno Trogo-Autoegocrático Cósmico Común.
Resulta maravilloso saber que la radiación de todos los metales, entre las entrañas de la tierra en que se desenvuelven, es transmitida a otros planetas del espacio infinito. Las emanaciones llegan al interior, es decir, llegan a las entrañas vivas de los planetas vecinos de nuestro sistema solar, son recibidas tales radiaciones por los metales situados en su interior, y a su vez ellos también irradian y sus irradiaciones son ondulaciones energéticas que llegan hasta el inte­rior de nuestro mundo, para alimentar a los metales de este nuestro planeta en el cual vivimos, nos move­mos y tenemos nuestro Ser.
Todos los mundos viven de todos los mundos, eso es obvio, indiscutible, palmario, manifiesto, y sobre esta ley de la recíproca alimentación planetaria se fundamenta el equilibrio cósmico; interesante esto, ¿verdad?, cómo alimentándose los mundos entre si, cómo viviendo unos de otros, se ajusta un equilibrio planetario tan maravilloso y perfecto.
El agua en los mundos es, dijéramos, el alimento básico para la cristalización de ésta gran ley del Eterno Trogo-Autoegocrático Cósmico Común. Pense­mos por un momento: ¿qué seria de nosotros mismos y de nuestro planeta Tierra, qué sería de las plantas y de todas las criaturas animales si el agua se aca­bara, se evaporara, desapareciera, finalizara? Obvia­mente nuestro mundo se convertiría en una gran lu­na, en un cadáver cósmico, no podría cristalizar la gran ley del Eterno Trogo-Autoegocrático Cósmico Común, todas las criaturas fallecerían de hambre.
Esta gran ley se procesa, ciertamente, de acuerdo con las leyes del Santo Triamanzikanno, o Triamenza­no (el Santo Tres) y del Sagrado Heptaparaparshinok (la ley del Siete). Obsérvese bien cómo se procesan estas leyes: un principio activo, por ejemplo, se acer­ca a un principio pasivo, o para ser más claro, la víc­tima (principio pasivo) es tragada por el principio ac­tivo, esa es la ley ¿verdad? El principio activo seria el polo positivo, el principio pasivo sería el negativo y un principio que concilia ambos es la tercera fuer­za, la neutra. La ley del Tres se conforma entonces con los tres principios: Santo Afirmar, Santo Negar y Santo Conciliar. Este último es la fuerza que con­cilia al afirmar con el negar y la víctima es devora­da, claro está, por a quien le corresponde de acuerdo con la misma ley, ¿entendido?
El tigre se traga, por ejemplo, al humilde conejo; el tigre sería el Santo Afirmar, el conejo el Santo Negar y la fuerza que los concilia a ambos es el Santo Conciliar, y se realiza entonces la ley del Eter­no Trogo-Autoegocrático Cósmico Común.
El águila, por ejemplo, seria el Santo Afirmar, el pobre polluelo seria el Santo Negar; ella se lo traga a él y la tercera fuerza, el Santo Conciliar, los con­cilia entre sí como un todo único. ¿Que es cruel es­to? Sí, pero aparentemente. Qué vamos a hacer, esa es la ley de los mundos; esta ley ya ha existido, exis­te y existirá siempre. Ley es ley, y la ley se cumple por encima de opiniones, conceptos, costumbres, etc., etc., etc.
Pero continuemos, porque es necesario ahondar un poco más, penetrar más al fondo de este asunto. ¿De dónde viene realmente esta ley del Eterno Trogo-Au­toegocrático Cósmico Común? Yo digo que viene del activo Okidanok, omnipenetrante, omnisciente, omni­misericordioso.
Ese activo Okidanok, a su vez, ¿de dónde emana?, ¿cuál es su causa causorum? Indiscutiblemente, tal origen o causa no es otra sino el Sagrado Absoluto Solar. Así pues, del Sagrado Sol Absoluto emana el Santo Okidanok, y aunque él quede, dijéramos, dentro de los mundos, no queda completamente involucrado dentro de ellos, no puede ser aprisionado, aunque pa­ra su manifestación creadora necesite desdoblarse en las tres fuerzas conocidas como positiva, negativa y neutra.
Durante la manifestación cósmica cada una de las tres fuerzas trabaja independientemente, mas siempre
unida a su origen que es el Santo Okidanok. Después de la manifestación, estos tres factores o ingredien­tes, positivo, negativo y neutro, vuelven otra vez a fusionarse, a unirse con el Santo Okidanok, y al final del Mahamanvantara el Santo Okidanok íntegro, com­pleto y total, se reabsorbe en el Sagrado Absoluto Solar.
Vean pues, ustedes, mis caros hermanos, el origen del Eterno Trogo-Autoegocrático Cósmico Común. Par­tiendo de este principio queda sin base, de hecho, el vegetarianismo. Obviamente, los fanáticos del vegeta­rianismo han hecho de este una religión de cocina, y eso es ciertamente lamentable.
Los Grandes Maestros tibetanos no son vegetarianos y el que dude de mis palabras, que se lea el libro titulado Bestias, Hombres y Dioses, escrito por un gran explorador polaco, quien estuvo en el Tibet y fuera recibido por los Maestros. Lo curioso del caso es que en banquetes y festines a los cuales asistió figuraba la carne de res como alimento básico.
A los fanáticos del vegetarianismo les parecerán absurdas mis palabras, sin embargo, Kozobzky, el au­tor del libro citado, se alegrará porque verá que he comprendido este importante aspecto.
Es pues absurdo afirmar que los Grandes Maestros del Tibet sean vegetarianos. Cuando el gran iniciado San Germán, Príncipe Rakoczy, el Gran Maestro de la Logia Blanca que dirige el rayo de la política mun­dial, trabajó durante la época de Luis XV, para hablar más claro, no se manifestó como vegetariano, lo vie­ron en los festines comiendo de todo; algunos hasta comentan cómo saboreaba la carne de pollo, por ejem­plo. ¿De dónde ha salido, pues, esta cosa del vegeta­rianismo?
Indiscutiblemente, la escuela. vegetariana está en contra del Eterno Trogo-Autoegocrático Cósmico Co­mún, eso es obvio. Por otra parte, las proteínas ani­males en modo alguno deben ser despreciadas, son indispensables para la alimentación.
Yo fui un fanático vegetariano y en nombre de la verdad les digo que quedé desilusionado de ese siste­ma. Todavía recuerdo aquella época en la Sierra Ne­vada, quise hacer que un pobre perro se volviera ve­getariano en un ciento por ciento, sí. El animal apren­dió, se hizo al sistema, pero ya que aprendió, murió. Sin embargo, observé los síntomas de aquella criatu­ra, la debilidad que presentaba antes de morir. Mucho más tarde, en la vecina República de El Salvador, a mí se me presentaron los mismos síntomas cierto día en que regresaba a casa subiendo por una larga calle que tendía más bien a ser vertical que horizontal, pues tenía bastante pendiente. Sudaba espantosamen­te y mi debilidad aumentaba horriblemente a cada paso, creí que iba a morir. No me quedó más reme­dio que llamar a la Maestra Litelantes, mi esposa, y pedirle que me asara carne de res; así lo hizo y comí. Mis energías volvieron al cuerpo, sentí que vol­vía a vivir... Desde entonces me desilusioné del siste­ma.
.Aquí en México conocí, precisamente, al director de una escuela vegetariana, lo conocí en un restau­rante vegetariano. Ese hombre era alemán, su cuerpo fue debilitándose espantosamente, terriblemente hasta presentar los mismos síntomas del perro aquel de mi experimento. El desdichado señor al fin, terriblemente debilitado, murió.
Conocí también a Lavahniny, era yogui, gastrólogo y no sé qué otras cosas más, fanático vegetariano in­soportable; representaba aquí en México a la Univer­sidad de la Mesa Redonda. Con el vegetarianismo se fue debilitando su organismo terriblemente, presentó los síntomas de aquel pobre perro de mi experimento y murió.
Así pues, mis caros amigos, hermanos que lean este libro, sepan que existe la gran ley del Eterno Trogo-­Autoegocrático Cósmico Común y que es inútil tratar de evadirnos de esta santa ley, que emana, como ya dije, del activo Okidanok y no es posible alterarla.
No quiero con esto decir: debemos volvernos carnívo­ros en forma exagerada, no; más vale que seamos un poco equilibrados. Decía el doctor Arnoldo Krumm Heller que necesitamos comer un 25% de carne entre los alimentos y en eso estoy de acuerdo con el Maes­tro Huiracocha.
Y repito: Por muy vegetarianos que nos volvamos, la ley se cumple y cuando vayamos a la fosa sepul­cral los gusanos se tragarán nuestro cuerpo, gústenos o no, porque ley es ley; eso es obvio ¿verdad? Las vacas son vegetarianas en un ciento por ciento y sin embargo, como dijera un gran iniciado, jamás hemos visto una vaca iniciada. Si con dejar de comer carne nos autorrealizáramos a fondo, puedo asegurarles a ustedes que aunque me muriera dejarla de comer car­ne y todos la dejaríamos de comer. Pero nadie se va a volver más perfecto porque deje de comer carne y algunos hasta dicen que cómo van a meter dentro de su organismo elementos animales si ya están en la senda de perfección, etc., etc., etc. Esos que dicen tales cosas ignoran su propia constitución interna; más vale que coman un pedazo de carne y no que continúen, precisamente, con los agregados animales­cos que cargan dentro de su psiquis.
El cuerpo humano tiene como asiento un cuerpo vital, el lingam sarira del que hablan los teósofos; más allá de todo eso ¿qué es lo que existe dentro de los organismos de estos humanoides vivientes e intelectuales?, los agregados animalescos, aquel los psíquicos agregados que personifican a nuestros erro­res, esos monstruos bestiales de nuestras pasiones.
Pues bien, más vale eliminar a esos monstruos que preocuparse por el pedacito de carne que se sirve en la mesa a la hora de los alimentos. Cuando comemos carne de res o polio no nos perjudicamos en forma alguna, empero con todos esos agregados bestiales que cargamos no solamente nos estamos perjudicando a sí mismos, sino que perjudicamos también a nuestros semejantes, eso es peor.
¿Es acaso poca cosa la ira?, ¿la codicia?, ¿la lujuria?, ¿la envidia?, ¿el orgullo?, ¿la pereza?, ¿la gu­la? ¿Y qué diremos de todas esas bestias que lleva­mos dentro y que representan a la murmuración, la calumnia, la chismografía, etc., etc., etc?
Mejor es que no nos lavemos tanto las manos pre­sumiendo de santos. Ka llegado la hora de volvernos más comprensivos. Lo importante es morir en sí mis­mos, aquí y ahora; sin embargo no quiero por ello tampoco negar la selección de los alimentos. En modo alguno aconsejaría yo, por ejemplo, carne de cerdo, ya se sabe que ese animal es leproso y que tiene una psiquis demasiado brutal, que perjudica a nuestro or­ganismo.
Conviene el alimento sano, carne de res, de pollo, pero jamás sin llegar a los excesos, porque estos son dañinos, perjudiciales.
Bueno, mis caros hermanos, creo que con lo que les he hablado acerca del vegetarianismo tienen uste­des una suficiente orientación para saber alimentar su cuerpo sin que le falte ni le sobre, dentro de un per­fecto equilibrio, eso es todo.
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